Te aborrezco (por Nidya A. Díaz)

—No me gusta que me mires así.
Entonces te vuelves impasible sobre mí a plantarme un beso de toda la vida, ¡qué beso!, Pero todavía tengo la osadía de resistirme, masticarte la piel, una tortura de a poco, antes de ser dominada lo necesario para dejarme llevar por tus caricias sin más remedio. 
   Comienzas por arrancarme la blusa groseramente, desprendo tu tórax hipnotizador, salpicado de músculos cuadrados y antojables hasta los huesos, de la camiseta de niño malo muy ceñida. Te vas por sobre mis senos erizados con la lengua enardecida. Dudo un momento mirando tus ojos cínicos y lujuriosos. Pienso que esto no puede ser, que las ganas se aguantan, que se marcha el deseo, que me besas de nuevo... Mirándome con esa profundidad burlona, otra vez se me va el aliento con un beso maquiavélico venido de las cavernas de tu boca húmeda... que mis manos débiles... que tu pelo oscuro... que mi pelvis duele... que tus besos queman... que ya me derrito... que tú me deshaces.    
   Susurro entre lamidas lo profundo de mi odio hacia ti; odio el encanto melodioso de tu irreverencia y tu frivolidad que es mi frigidez... Te necesito cuánto... Me encantan tus manos que me lastiman y la sonrisa irónica que duele en el alma... La lengua mojada me baña cada resquicio de las orejas…. Las manos me sujetas con las tuyas.... Me dices que sí a todo, me pierdo en el calor de tu cuerpo... Una cosquilla que duele por debajo del ombligo me invade... Me invades...
  ¡Otra vez no!, me tienes cansada con tanto deseo. Callo con una nueva forma de beso que se cuela al ombligo, recorre el vientre esperando que tus manos diestras desaten el nudo que sujeta la falda a mi cintura. Me cargas, recorrida por tu mirada ansiosa, despojada de las prendas, sin más pudor ni resistencia..., sin más nada..., maluego me dejas caer al vacío, me sueltas de tu mano como Dios al hombre del paraíso…
   Otra vez en la cama un poco aturdida. Te veo deshacerte del pantalón. Te veo botar los zapatos allá lejos por la entrada. Te veo como un toro que viene a mí... que vienes a mí.
   Me penetras,... me traspasas,... renuncio al sol y a las estrellas y a mis alas... 
   Mira cómo me sujeto a tu espalda para no caerme de ti,... cómo llueve afuera y no me alcanzan los besos para amarte,... te amo... te amo... te amo mucho... no me sueltes... no te vayas... te amo.
   El diluvio... Te levantas muy despacio, beso en la frente, irónica sonrisilla, el cuerpo de toro otra vez a la camiseta de niño ahora malísimo, juntas cautelosamente mis ropas del piso. Yo sólo te miro desde mi barca a punto de hundirse. Condescendiente, mimador, pero al fin brutal, pones las prendas en mis manos, con mi llanto anudado y tu mirada mefistofélica. Luego anuncias, textualmente:
   —Ya vístete, ¡gané!
   …Y me siento como una puta sin sociego ni paga. Luego, me levanto con mi aire de mujer vivida que siempre me da algo de ventaja en este juego de locos y, sin mirarte más, anunció:
   —Qué bueno que te me quitas de encima... —tomo aire, —porque además de que me estabas asfixiando tus besos me dan asco... te aborrezco.

“Arriba”
NITB Hoúwáng
2020

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