Trilogía en el Horizonte (por Torres R. Edgar)

Había una vez en el Horizonte...




CUMPLEAÑOS

Fachada del Hotel Horizonte
Técnica mixta (acrílico y tintas), 2019
Maggy


LO QUE MIRABA A MI ALREDEDOR no correspondía con lo que escuchaba. Los auriculares en su volumen no permitían la entrada de ningún otro sonido. Mi paso se sincronizaba con el ritmo sin darme cuenta, es como si mi cuerpo flotara en una burbuja de abstracción egoísta. Al barrio parecía tampoco importarle mi presencia. Después de todos esos años, me di cuenta que siempre fue así, pues nadie me reconocía, ni saludaba como antes. Sólo estamos de paso.
   Mi dirección era casi autómata. Caminé hacia el punto de encuentro con mi familia, la habitación que reservamos cada año nos aguardaba para celebrar el aniversario de nacimiento de mi hermano. Giré en la esquina y pude ver el enorme letrero: Hotel Horizonte; una mezcolanza de recuerdos y pensamientos refrescó emociones de angustia y animación a la vez. Cuando traspasé el marco de la entrada, busqué a tientas en mi bolsillo el botón que apagaba el radio que me acompañaba.
   —Buenas tardes —exclamé antes de hacer alto total en la ventanilla de atención al cliente. La persona en turno no respondió el saludo por aburrimiento de rutina, pero igual atendió mi llegada levantándose de su asiento para aproximarse—. La semana pasada llamé y dejé apartado el cuarto 213. —, el hombre me miró y entrecerró los ojos reflejando el esfuerzo que hurgaba en su mente.
   —Aún no está disponible —respondió, pero antes de que consiguiera alegar, ambos miramos hacia las escaleras, pues una carcajada reptó en acústica, anunciando la salida de una pintoresca pareja que se había regocijado en un improvisado episodio romántico; sonreí sin obtener respuesta. Cuando pasaron junto a mí, noté que el varón no tenía mano izquierda y sentí una paradójica sensación de belleza. En ningún momento dejaron de hablar y reír entre ellos, sólo entregaron las llaves del cuarto y se retiraron en su burbuja para dos, —. Ya está lista. —dijo el anfitrión.
   —¿No la asearán primero? —comenté con una sonrisa nerviosa— Esos acaban de pasar algunas horas bombeando y no creo que se hayan preocupado por no ensuciar... —, el tipo me miró con el destello de un puñal. Sonrió y se dio media vuelta para abrir las puertas de un viejo closet, de donde sacó el juego de recamara que deduje pulcro, además de jalar un carrito con los utensilios de limpieza. Introduje un billete y algunas monedas debajo del cristal.
   —Ahí te encargo el changarro. —soltó en una orden guasona, guardó el pago sin retirarme la mirada y se encauzó hacia la segunda planta.
   Frente a la ventanilla había una silla y la utilicé. Pensé en emplear nuevamente los audífonos, pero otros sonidos llamaron mi atención. Al fondo del pasillo se abrió la puerta de un cuarto, había poca luz, pero aun así noté la silueta de una adicta retirándose en dislocada huida. Detrás apareció un hombre desnudo exclamándole que volviese. La jovencita obedeció sin objetar. El tipo la pescó del cuello, cuando la tuvo enfrente, y la empujó dentro del cuarto. Cuando creí que entraría también, me miró con una fuerza que lastimaba. Sin embargo, la casualidad cortó con la fortuna del momento heroico: mi hermano entró sin percatarse que estaba allí. Al no haber personal en recepción, observó primero el fondo del pasaje y vio al hombre desnudo regresando a su historia.
   —Pedro. —lo llamé al verlo sorprendido por la bizarra bienvenida. Entonces me localizó.
   —Carnal. —musitó agachándose y dotándome de un abrazo.
   —Feliz cumpleaños. —exhalé, él, mientras agradecía, me devolvía al piso.
   Salí en busca de nuestros padres y ahí estaban, descendiendo de la carretilla en la que los transporta Pedro. Éramos tres enanitos en un mundo gigantesco de afecto y amor, dedicándonos abrazos y besos que casi dolían. Con risitas y en un movimiento de tres incluimos a mi hermano abrazándolo de sus piernas, él respondió hincándose para convertirnos en una sola existencia fusionada en paz colosal y un apego casi celestial. Francamente divino.
   Mi padre propuso que entráramos, yo les advertí que estaban limpiando la habitación y que había que esperar, — Entonces aprovechemos y comamos primero. —reparó mientras ofrecía ayuda a su esposa en una galante invitación a que abordara el excepcional vehículo en el que los trasladaba mi carnal. Cruzamos la calle hacia el puesto de la Güera, sus famosas gorditas eran el platillo adecuado para una ocasión tan especial como esa.
   Las personas que ya se encontraban degustando los discos de masa y chicharrón miraron con un incontrolable morbo el descenso de los enanitos, muchas funciones le encontraron en su mente a un diablo o como dije antes: carretilla, pero la que estaban presenciando en ese momento, les invitó a masticar más despacio. Yo ya estaba acostumbrado a eso, e incluso a las burlas de la gente que se presume normal. El mejor remedio que encontré para acabar con esos incómodos momentos o para prevenir otros, era avanzarse con un— Provecho. —o—Buenas tardes. —, es hermoso ver cómo las palabras pueden romper un iceberg y la gente simplemente vuelve a lo suyo.
   Juana la Güera nos conocía de muchos años atrás, incluso antes de que conociéramos a mi hermano. Su naturaleza y costumbres la definieron chismosa, así que comenzó con sagaces comentarios forzando información; parecía que su negocio era para satisfacer ese apetito de estar al tanto de banalidades. Es estupendo lo que reflejas en tu rostro cuando mientes, deduje, al ver el rostro que ella gesticuló en sonrisa tropezando en mueca. Incrédula ante la imprecisa contestación, decidió buscar la alternativa en mis jefitos.
   —¿Todavía viven en Renacimiento?
   —Sí. —resolvió Pedro e inmediatamente inició una charla referente a su vecina y fiel enemiga. Esa es la infalible evasiva para gente comunicativa y carente de burbuja como la Güera, dale algo de qué hablar y así sus preguntas se tornan en revelaciones deseosas de ser escuchadas.
   Cuando Juana comentó que el hijo de doña Reme había estrellado la motoneta en su puesto de gorditas al intentar huir de un ajuste de cuentas, encontré en la extensión de su historia tiempo suficiente para comer rápido sin interrupción, así que al terminar me fui preparando para regresar antes al hotel y así disponer de la habitación. Mi familia necesita descanso y reposo en total privacidad, cosa que no ocurre en Albergue Renacimiento.
   El encargado me entregó las llaves y subí dos niveles. En el trayecto se escuchaba ahogado el acontecer en la vida diaria de este hotel de tercera. La mayoría hay gritos de los mismos clientes, ya que gran número eran drogadictos peleando entre ellos por dosis o por nimiedades. En otras habitaciones más silenciosas quizá acontecía lo que alguna vez clausuró por año y medio este sitio, pero en eso procuré no pensar, sólo apresuré el paso al caminar junto a las que no emitían ruido alguno.
   En una ojeada rápida revisé que todo estuviera en orden. Dejé bolsas y chaqueta para bajar de nuevo, esta vez lo hice corriendo, pero al estar cerca de la escalera se abrió repentinamente una de las puertas y de ahí cierto muchacho salía presuroso. En el interior un fondo claroscuro dibujaba una pareja forcejeando por una botella. Me miró apenado y molesto por presenciar la escena. Cerró puerta con llave y salió corriendo de allí al escucharse una explosión ahogada de vidrio en el piso. Al seguirle con la mirada vi a mis consanguíneos subiendo por el caracol de peldaños, apoyé a mis padres ofreciendo un brazo a cada uno. Mientras Pedro arrastraba la carretilla con destreza.
   Pasamos junto a la puerta que el chico obstruyó y comenzó a vibrar por golpes y empujones desde su interior; a gritos exigían que les abrieran. Mi padre intento girar la perilla sin éxito.
   —Abre cabroncito. —ordenó el tipo. Abracé a mi jefe y lo reincorporé en nuestra trayectoria, insistió en que a lo mejor necesitaban ayuda y yo le platiqué lo que vi: dos alcohólicos en un combate feroz por vicio, acabó derramando el preciado líquido, así que no era un buen momento para intervenir.
   Entramos en nuestro destino. Busqué las bolsas en un rincón, estiré la mano y encendí la radio que estaba en el muro, Los tigres del norte cantaban y mi madre siguió la tonada mientras se iba sentando en la cama con una sonrisa invencible y contagiosa; de inmediato comenzamos a sentir cómo la alegría inundaba fortificando el interior, no existía ese mundo amnésico de amor detrás de la puerta.
   Hurgué entre mis cosas y saqué un obsequio para el doceavo cumpleaños de mi carnal; otro abrazo me brindó. Mis padres hicieron lo mismo y volví a concebir esa sensación que borra el encono que hay en el mundo.
   —Quiero darles las gracias por permitirme entrar en sus vidas —dijo mi hermano mientras frotaba con fuerza sus manos intentando controlar los nervios que se reflejan al abordar un tema delicado—. No sé qué sería de mí si no me hubiesen rescatado de esa habitación. —, los rostros dibujaron orgullo sin botar gestos anteriores.
   —Eso no tienes que agradecerlo —respondió mi padre—, tú has completado el cuadro de esta familia. 
   Y Pedro declaró— Pero aún no sé cómo pueden estar tan seguros de que esta es la fecha de mi nacimiento. —, me di cuenta que la luz de la habitación brillaba tartamuda y la música se ensució de sintonía pobre cuando aparecieron las primeras lágrimas del día, así que busqué papel higiénico en el baño. Al entrar encontré un condón femenino descansando la reciente humillación extendido en la tina. Lo envolví y lo arrojé al cesto procurando la concienzuda higiene de este hotel.
   —En el albergue dijeron que nos empezarían a cobrar cuota si metíamos a alguien más con nosotros —decía mi madre a Pedro cuando salí del baño.
   —Fue cuando mi carnalito cedió su lugar y se buscó la vida lejos, ¿Verdad? 
   —No debió hacerlo... —reparó el jefe mirándome— Habríamos encontrado la manera de salir adelante.
   —Solo desapareció, pero después de un tiempo llamó desde otro albergue que está fuera de la ciudad y en el que ha vivido todos estos años. —continuó la señora mientras recibía el papel que ofrecí para su llanto.
   —Cuando eras pequeñito fue fácil hacerte creer que eras parte directa de esta familia, pero cuando comenzaste a crecer resultó imposible mantener esa versión para ti.
   Después de un breve silencio tras haber asentido un par de veces, el festejado continuó:
   —¿Qué hacían aquí el día que me encontraron? —intrigó mi hermano. Nos miramos tensos, pero inmediatamente tuve la iniciativa de explicar con una mentira piadosa; solo hasta que llegué el cumpleaños propicio para decirle que nuestros padres se entregaron por única vez y por una buena cantidad de dinero a las disposiciones de la pornografía. Así que fortalecí la burbuja alterando la historia y reventando otra que me ayudase a terminarla en el punto que buscaba Pedro. Hablé:
   —Cada ocho días nos hospedábamos en este hotel con el dinero que ahorrábamos en la semana, pero un primo de mi padre les consiguió un cuarto por tiempo prolongado a cambio de un trabajito y precisamente en una de esas noches que volvía de la tienda, al cruzar el pasillo fue cuando el llanto de un bebé atrajo mi atención —pude ver un inmediato congelamiento en la atención de Pedro. Mis padres agacharon sus cabecitas en una postura típica de recuerdos fluyendo libremente en las corrientes de la vergüenza—. La puerta estaba entreabierta. Entré y te tomé en mis brazos cuando vi que estabas completamente solo, desnudo y húmedo dentro de la tina… —se me heló la sangre al recordarle ahí tendido, como el condón que encontré hacía un momento— Suponemos que fuiste concebido ahí.
   —Es lo mejor que pudo haber hecho mi madre biológica. —los tres le miramos pasmados por ese comentario.
   —Así fue como nos conocimos. —rematé.
   Hubo un breve silencio, pero con tan sólo miradas y sonrisas cruzadas, la tensión se relajó y casi se olvidó conforme íbamos platicando los dos fraternos. Entre otros temas hicimos planes para que volviese a la ciudad con ellos; buscar otro albergue en el que ingresáramos los cuatro sin amonestaciones. No hablamos de adquirir un hogar, ni de superarnos, no podíamos permitir que cambio alguno atentara contra el festejo anual de este bendito día. Nuestras risas se acompasaban con la música al ver las exageraciones de nuestro padre al bailar las canciones de la radio.
   La tarde paulatinamente perdía luz natural y era ridículamente sustituida por la artificial. Al llegar la noche nuestros papaítos salieron; nadie dijo nada. Pedro pensó algo, pero no preguntó, prefirió especular en un momento de privacidad para ellos. En otro instante miré por la ventana y vi que había aumentado la cantidad de prostitutas que invadían el exterior del Horizonte. Conforme se adentraba la noche, incalculables burbujas comenzaron a reventar liberando acontecimientos inestables, dispuestos a crear historias ávidas por cumplirse en este hotel.





_____________________________________________________________________________________



...COMO A SARDINAS
 
Los agarraron como a sardinas
Ilustración digital, 2018
N.I.T.B. Hóuwáng

SUBO LAS ESCALERAS QUE SERPENTEAN los pisos de este viejo edificio. Ahí ocurren historias distraídas de la realidad del barrio en el que se encuentra y están divididas por sus deplorables habitaciones. Su capacidad enlata como a sardinas a sus ocupantes y por ratos hasta podría decirse que se logra percibir olores muy parecidos a ese. Mis oídos captan un popurrí de sonidos ahogados por las paredes que encierran sus aconteceres; televisores y radios acompasados por el motor de alguna aspiradora, acoplándose a su vez con las risas, gritos y gemidos de adultos jugueteando despreocupadamente.
   Alcanzo el penúltimo piso y comienza a desvanecerse la radio que suena en el pasillo contrario a mi dirección. Me detengo frente al número buscado, y cuando estoy a punto de abrir, mi hermano se adelanta haciendo bostezar la puerta para el somnoliento lugar de atención y cuidado. Su vieja se asoma desde el fondo de la habitación andrajosamente semidesnuda.
   —¿Lograste vender el reloj? —pregunta mi carnal sin saludar y respondo que si bufando por el tosco recibimiento— ¿Y traes la cantidad que acordamos?
   —Solo una parte, Fito. —confieso.
   —¡Carajo! ¿No puedes hacer algo sin que tenga que estar presente yo? —lo empujo para liberar el incómodo reclamo, adentrándome respondo que hice gastos para llevarles comida y artículos de higiene personal.
   —¿Que insinúas? —grita desde el rincón aquella estrafalaria mujer que de un tiempo para acá solo gusta de alcoholizarse al parejo de la garganta que me aborda con preguntas.
   —¿Y trajiste algo de beber? —tartamudea el dipsómano.
   A lo que contesto— No debería, pero les he traído un pomo.
   —¿¡Solo uno!? —dice ella.
   El golpe de las bolsas sobre la mesa da el remate que finaliza toda melodía neurótica interpretada por una mujer con más alcohol que sangre en las venas. No revelo la intención de hacerles disminuir la dosis etílica en su organismo.
   —Te estoy hablando zángano.
   La ironía saca de mi boca una carcajada enemiga. Y añado:
   —Sal y búscala tú, puede que aún sirvas de algo.
   El color de la respuesta violentó a la mujer de mi hermano quien la detuvo antes de que me alcanzara con sus pezuñas.
   —Chamaco nalgas miadas. —arroja forcejeando con su amado compañero de vicio.
   —¿O me equivoco? —pregunto recibiendo el gruñido de otro intento por agredirme, intensificando las burbujas de un coraje hirviendo en su interior.
   Para demostrar la validez de mis palabras le pedí que se observara en el espejo. Que yo ya no sabía si era hombre, mujer o bestia. Que ya hasta se parecía a mi hermano.
   —¡Hey! —interrumpe mi sangre dejando libre a su mujer para apoyarla en tal agresión, ahora ella sonreía y decía que siempre he sido un lengua suelta, mamón, ñango y hasta puto, cerrando la última sílaba con un empujón que me haría tropezar con los trapos que dormían sobre el piso, di tumbos hasta caer para quedar a merced de unos cuantos patadones bien mecos en este sublime cuerpecito. Catorce contra treinta y dos años permitieron esto.
   El hombre de ese cuarto no se percata de ello, pues él ya hurga en la bolsa buscando su preciado vicio, la mujer critica el silencioso propósito de su defensor pues ella en su ritual podrido siempre tragaba los sorbos que rellenan el cuello de la botella.
   La agresión me encabronó. Solo limpio mis lagrimitas mientras me pongo de pie y arrebato la llave que penetra la perrilla por el interior de esta pocilga.
   Abro con la decisión de salir todavía con el resto del dinero en la bolsa. La sucia pareja intenta asesinar su desesperación. Al momento de cerrar la puerta puedo ver como ella arrebataba el plácido, delicioso y casi celestial líquido, desprendiendo así un chorrito sobre ese mentón con espinas del insatisfecho ebrio que tengo por familiar.
   El resto de lo que sucedió no lo vi, pero alcancé a escuchar la voz de Fito pidiendo en reflejo que le devolviera su deleite robado, ordenándole a su mujer que buscase un par de vasos con la amañada intensión de distraerla y así tener unos segundos más a solas con la botella.
   —Así directo está chingón —ladra ella—. Mejor manda a tu hermanito por otra.
   —Dile tú. —le responde en otro intento por quitársela de encima.
   Sus voces se comprimían cada vez más, y así fue como me percaté de que ninguno soltaba la botella porque al final se escuchó el estallido de cristal sobre el suelo
   —¡Mira lo que hiciste pendejo!
   —Fuiste tú jamona.
   —Será mejor que compres otra. —dice en un arranque de lucidez la mujer.
   Inmediatamente pongo llave y corro antes de que noten mi ausencia. Reconozco los sonidos que encuentro cuando subía ahora camino abajo. Noto que algunos instrumentos eran nuevos, pero ninguno reconocía los que emanaban de mi huida; ¿Como los iban a reconocer? Si ni siquiera mi hermano y su mujer me reconocen en su historia o por lo menos entre ellos.
   No sé cuánto durarán en este hotel antes de estar en las calles otra vez. No sé cuándo sus familias dejaremos de creer que todos estamos bien así, pero sí sé que todo seguirá normal en su delirio si por lo menos su enfermedad les hubiera permitido hoy decir gracias.




_____________________________________________________________________________________



POR PARTES (FT. BRUNO BELLMER)

Sin título
Técnica mixta, 2019
JEMCA

MIRÓ SU ROSTRO EN TRES CUARTOS sobre el reflejo de la ventanilla y comenzó a corregir una fantasmagórica imperfección en su maquillaje, en este acto casi alcanzaba a tocar el cristal con la nariz. Después su atención traspasó su propio reflejo para perseguir los parpadeos luminosos del túnel; un par de recuerdos acudieron a su mente, desapareciendo uno a uno con el gradual alto del convoy. 

   Se dio cuenta que en la próxima estación debía descender del vagón, volvió a mirarse en el vidrio para ajustar su imagen en prendas y cabello. El transporte cerró puertas y continúo con su ruta. Ella se puso de pie y avanzó embistiendo sensual el oleaje del convoy mientras se acercaba a la puerta. El individuo que obstruía la puerta se apartó, pero sin perder la oportunidad de escanear a la mujer que se aproximaba, posando finalmente su lasciva atención en el escote que dejaba escapar la sonrisa vertical de sus tetas; ella le miró y obsequió una agresiva mueca. Se acercó a su oído y exigió en susurro que le entregase su dinero, de lo contrario accionaría la señal de alarma para acusarlo de acoso. La expresión del sujeto se cuajó primero en un titubeo incrédulo, pero la dama ladeó su cabeza escribiendo en su rostro el reto inmaculado. Ya presa de turbación, el tipo sacó un sucio monedero para entregarle un par de billetes y morralla a la femme fatale. 
   Ella le miró alejarse al fondo del vagón y después dio un vistazo a su alrededor; nadie se había percatado de la operación, excepto una niña sentada en las piernas de su madre. La escena para la infanta fue una lección que entendería años más tarde, si es que algún día lo recordaba, así que, por el momento, el suceso quedaba sellado en complicidad, con un guiño dirigido a la chiquilla. 
   Salió del metro y caminó por el andén sin la más mínima intención de encausar sus pensamientos; su voluntad era casi autómata, solo revoloteaba en el suceso que el destino había reservado para ella por tiempo indefinido. Llevaba varios años relacionándose con personas que cumplieran un solo requisito, el cual había especificado claramente en cierta página web que se especializaba en encuentros de parejas y grupos bajo el nombre postizo de Deborah. Así que se dispuso a saborear la emoción del acercamiento adecuado. 
   Visitó la premisa grotesca al recordar que ya llevaba un buen rato realizando esas intimaciones. También detectó que fue justo cuando estaba por cumplirse el tercer año satisfaciendo esa inocente depravación que le sobreexcitaba. Pero eso sí, al terminar la cita congelaba cualquiera de los compromisos que exige una tradicional vida en pareja, porque para eso, ya tenía a su novio Reynaldo. 
   Emergió del subterráneo y un puesto de revistas y diarios le recibió en la calle, pero uno de tantos encabezados fue el que atrajo su atención y le incitó a arrimarse: Olimpiadas en capacidades diferentes; su atención se entregó al oscuro silencio del morbo mientras observaba las fotografías de personas con extremidades incompletas recibiendo medallas con gran júbilo; las prótesis de algunos al recibir su premio en verdad le indignaron. 
   Ahora solo tenía que caminar dos cuadras para llegar; su paso parecía que en cualquier momento echaría a correr de súbita impaciencia, pero la finura de sus tacones desequilibró sus movimientos, así que prefirió no entregarse todavía al ansia. Cuando finalmente viró y localizó a escasos metros el letrero del hotel que indicaba su arribo, sintió un estremecimiento en la boca de su estómago y una especie de rigidez activa en los músculos de sus piernas. Sin dejar de andar hurgó en su bolso de mano y sustrajo pastillas para refrescar su aliento. Cuatro escalones hacia arriba y entró. 
   El recepcionista estaba soltando una insulsa carcajada justo antes de percatarse de la presencia de Deborah. Este recuperó la respiración después de exhalar su pregunta. 
   —¿En qué te puedo servir ricura? —la recién llegada con un espasmo en la boca por desagrado respondió. 
   —¿Tienes tus brazos y piernas completas? —la peculiaridad de la respuesta que dio la doncella, frunció el rostro del galante gerente del hotel. 
   —¿Habitación para una persona? 
   —Dos. —dijo ella notando como la mirada del caballero pasaba por encima de su hombro buscando al acompañante. Ella en reflejo miró detrás para compartir la atención del curioso, pero el asfalto aclaró el momento en una contestación irritada por la indiscreta e impertinente actitud del individuo— Aún no llega la otra persona. 
   Después de una breve pausa Deborah recogió la llave de la habitación que le había sido entregada y se retiró siguiendo las indicaciones del personal de recepción. 
   Antes de subir escaleras escucho al recepcionista saludar a alguien que se disponía a entrar al cuarto que le asignaron. Deborah miró y localizó a una pareja compuesta por un tipo obeso que sostenía por detrás del cuello a una joven adicta. Las dos historias perdieron interés en un parpadeo y cada una continuó con su trayectoria. 
   Entró en el paradero. Cerró y puso los dos seguros que tenía la puerta. Quitó sábanas y las colgó cubriendo los enormes espejos que había en tres muros y techo. Antes de tapar el ultimo, revisó su maquillaje una última vez. Todo estaba perfecto. Sacó un juego nuevo de sábanas y lo colocó sobre el colchón. En el lento caer de la sabana detectó una radio incrustada sobre la pared y la activó despertando Si no te hubieras ido y le parecieron divertidos los quiebres en la voz del cantante. Después le hizo pensar en partes faltantes y se excitó un poco. La idea del encuentro provocó algo parecido a un tornado arrasando en aquellos recovecos que había en el interior desnutrido que cubría con algo parecido a piel, su mirada apuntaba al televisor mientras continuaba la canción. 
El frío de mi cuerpo pregunta por ti,
y no sé dónde estás,
si no te hubieras ido sería tan feliz...
   Estos encuentros eran simples viajes, similares a aquella sensación de un paseo en la montaña rusa del infierno, el estómago ardía, la puerta permanecía en quietud, con silencio, solamente interrumpido por los pasos de los huéspedes que merodeaban afuera, en su mayoría prostitutas con una nueva presa, seres que deambulaban en un lugar vacío, casi adheridos a una dimensión desconocida, en donde los corazones son una lata oxidada, el cuerpo fusionado a los muros, nadie escucha, solo gritan los clavos, la melodía salvaje. Deborah, como gustaba llamarse, encendió un cigarro, fumando esperaba al hombre que ella quería. 
La gente pasa y pasa, siempre tan igual...
   A veces el frenesí que deja un eufórico encuentro con una parte faltante le hacía pensar que no estaba tan rota, que había cosas peores, que podía olvidar ese corazón mutilado, ese espíritu degollado, esas ansías por vivir, ese nombre desarticulado que camina moribundo en una desilusión, vivir en llanto de partículas, vivir en un campo cuántico siendo tan diminuta, existiendo en diminutivos, esos diminutivos que Reynaldo provocaba, engañar la cordura, engañar al tiempo, prefería engañarse a sí misma, no ser ella, ser Deborah, en dónde existe la verdadera naturaleza de su sentimiento, esa crisis de vaciar gemidos en un oído ajeno, en una pieza faltante, no hay prótesis para este corazón, pero amanecería al día siguiente, con una mueca dibujada al borde, casi al borde, solo estrechar la mano con el infierno. 
   La puerta casi estallaba cuando Deborah pudo percibir leves toquidos, la sombra mostrándose en el espacio debajo de la madera, se levantó, pronunciando los pechos, el cuerpo estaba preparado para celebrar un rito de palabrerías vacías, rotas, arrancadas, faltantes como esa pieza que seguramente no estaba en el cuerpo del visitante detrás de la puerta, la radio prefirió expulsar una eufonía. 
Mi corazón es delicado
porque una vez fue lastimado
trátalo bien si lo has robado...
   Deborah abrió con un aire de sensualidad escapándose de sus movimientos fríamente calculados, quitó ambos seguros y después giró lentamente esa perilla para abrir la desgastada puerta, parecida a la mirada de aquel que le extirpó el ausente pedazo de su interior, el sujeto detrás de la puerta estaba vestido de negro, con un rostro teñido en gris, la mirada estaba apaciguada, las miradas se cruzaron por un solo instante, creció una flama, pues ella pudo observar en esos ojos tristes una pieza faltante, no sólo en aquel cascaron en el que habitaba tal hombre que tenía por nickname: “Papiverga69”. Deborah conocía esa mirada que expresa un sonido de guitarra fragmentada, pues podía observar esa ruptura en el espejo cada vez que se reflejaba. 
   —¿Deborah? —cuestionó el hombre con una voz parecida a la de Leonardo Favio.
   —Sí. —respondió ella sintiendo una función de locomotora recorriendo cada parte de su sistema nervioso. 
   —Soy... 
   —¡No me digas tu nombre! —interrumpió ella— No quiero saberlo. —, la observó como si se tratase de una mujer-otoño que exhala un piano— Enséñame tu brazo... 
   —Aquí está. —contestó el sujeto con un gesto de sorpresa que dedicaba inquietud, alzó el brazo, finalmente se mostró, había una extremidad faltante. 
   —Entra. —dijo ella, el tipo se adentró en la habitación, miró las cortinas colgadas sobre los espejos. 
Sueños que son amor
son sueños que son dolor
yo necesito saber
si quieres ser mi amante
   Se había oscurecido un poco el lugar, ella se sentó en la única silla que estaba a la izquierda del mueble que cargaba el televisor, observó los movimientos de aquel tipo. 
   —Enséñame tus chich... 
   —Espera... 
   Los ojos de él se cruzaron con los de ella, él se sentó en la frágil cama de resortes que provocaba una sensación de incomodidad, pero bien servía para los veinte minutos sexuales que comúnmente ofrecían las mujeres de allí fuera. 
   —Muéstrame tu brazo otra vez... Quítate la camisa... —pidió ella con un tono sensual en su voz, subió sus pies a la silla, abriendo ese par de torneadas piernas que estaban cubiertas por unas medias de red, los tacones casi brillaban a la par de una lluvia dentro de aquellos pantalones que portaba el sujeto. 
   —¿Así? —cuestionó con un toque cachondo en la voz el sujeto, a la par que se desvestía, los ojos de Deborah se asemejaron al de un águila cuando está a punto de atrapar una presa. 
   —Así... Hazlo para mí. —contestó, las piernas de Deborah estaban tan abiertas como un portón antiquísimo, con ambas manos comenzó a hacer descender las medias de red y mostrar una tanga de color negro que combinaba con el cuerpo pálido de la mujer, movió la tela con sus dedos que tenían uñas pintadas de rojo, mostró su vagina sin vello púbico, era un túnel perfecto que llevaba hacía las esquinas más profundas de su cuerpo, ella observó aquel brazo al que le faltaba la mano, miró los ojos del hombre, comenzó a autocomplacerse de manera suave con las blandas yemas de sus dedos, su boca desprendía sonidos casi mudos que estremecieron la piel de aquel hombre, el cual no comprendía del todo la situación, pero estaba demasiado excitado observando a la mujer sentada, con las piernas abiertas y su mano sintiendo aquellos jugosos labios. 
¿Pero qué necesidad?
¿Para qué tanto problema?
No hay como la libertad,
de ser, de estar, de ir, de amar,
de hacer, de hablar, de andar, así sin penas. 
   —Dime, ¿Cómo perdiste ese brazo? ¿Naciste así? —indagó ella entrecortando las palabras por minuciosos gemidos que se expulsaban sin intenciones de chocar en la realidad compuesta en aquella habitación de hotel para muertos de la carne. 
   —Fue hace mucho tiempo... Mucho tiempo, nena... —refutó el sujeto— Tenía doce años... 
   —Cuéntamelo... 
   —Yo... Yo vivía en el campo, en un pueblo, en ese lugar mi padre se dedicaba a la carne. 
   —¿Y? 
   —Una tarde, jugando con un amigo, entré a la carnicería de mi padre, mi padre estaba enfermo esa ocasión, y yo... Yo metí mi mano en el molino de carne. 
   Las palabras extrañamente excitaron aún más a la mujer, se levantó y posteriormente se acercó con un paso felino al hombre, que estaba completamente desnudo, acarició la piel del hombre y deslizó los dedos hasta el brazo al que le faltaba más carne, el hombre comenzó a acariciar las piernas de Deborah, llegando hasta las frondosas nalgas y apretó sin intenciones de lastimar, era un momento romántico en el cuál habían coincidido aquellos dos perdidos en el mundo, los dedos de Deborah habían cruzado el camino hasta acariciar aquel muñón, el hombre hizo que su mano trepara, casi por voluntad de esos dedos, hasta los labios de ella, introdujo los dedos en su boca y simuló una felación. Ella se apresuró para hacer que su lengua descendiera hasta el brazo del tipo. Pasó su lengua tan caliente que hizo que una de las extremidades del sujeto creciera tanto que chocó con la rodilla de la mujer, ella se desprendió de su vestido y dejó que sus pechos desnudos fueran lamidos por el sujeto. 
   —Bájate, nena. —ordenó en susurro y ella obedeció, hincándose, dispuesta a lubricar aquel falo, no miraba los ojos de aquel hombre, ya no, ahora sólo podía pensar en aquella ausente extremidad. 
   —¿Qué sentiste cuándo perdiste...? ¿Cuándo te viste por primera vez sin...? 
   —Cuando me levanté, cuando me vi sin mano, ya no tenía mi mano, ya no estaba... —contestó gimiendo— Sentí desesperación, sentí que ya no era yo, el mundo encima de mí, recuerdo lo mucho que grité... 
   Ella se levantó, caminó hasta el bolso que resguardaba objetos de valor, sacó un condón femenino y lo colocó en sí, entonces regresó hasta donde el sujeto y comenzaron un acto de carne sudando, de recuerdos volando, de palabras, ella iba por partes, besando las rupturas del exterior, por dentro tan fríos, como estar con un muerto, como arder en la nada, como congelarse en el mundo... 
   Los cuerpos se agitaban con un ritmo delirante que abstraía los pliegues de aquellas dos pieles que se encontraban, finalmente Deborah comenzó a pronunciar que él la masturbara, pero no con los dedos, sino con aquel muñón, él lo comenzó a hacer y ella revoloteaba como una mosca apresada, el sujeto movía su extremidad con una habilidad inimaginable, culminó por introducir el nuevo dildo en la vagina de ella, la cual gritaba enloquecida y pedía más y más, que la hiciera estallar con aquellas sensaciones que deslizaban sobre una bahía donde los corazones flotaban con rasguños. 
Buenos días amor, amor, amor, ¿qué tiene tu cara?
que ha perdido el color amor, amor, y no dice nada,
he viajado tu piel de norte a sur
y no he encontrado otra mujer como tú.
La melodía de la carne y el sudor se fue extinguiendo después de una serie de gritos que alarmaron a las personas afuera de la habitación, pero continuaron con sus vidas, pues era mejor no involucrarse en ninguna de las historias que transcurrían detrás de esas puertas. Ella exhaló sabor al orgasmo y se sacó el condón, lo arrojó al baño con todo el impulso que le permitían sus extremidades, volvió a descender hasta colocarse de rodillas y provocar una implosión en el sujeto. Las gotas de sudor finalizaban su trayectoria. 
   —¡Ah...! ¡Qué rico, nena! —exclamó el sujeto. 
   —Vamos a vestirnos... Tengo una reunión y ya voy tarde. —respondió ella a la par que se limpiaba los mecos de su barbilla y labios— Vamos... 
   El sujeto sintió en sus adentros un golpe, se sintió utilizado, pero prefirió no hablar del tema, sólo hizo un chiste acerca de su brazo y ella sonrió, continuaron con sonrisas durante unos minutos, pero ella sabía que su fantasía no podía rebasar más allá de lo carnal, únicamente era eso, satisfacción que involucraba compartir vacíos y partes faltantes, ella dejaba entrar a personas ajenas a que admiraran esa pieza faltante en sus adentros. 
   Salieron presurosos de la habitación, extrañamente abrazados, caminando lentamente y riendo de cosas particularmente innecesarias en aquel encuentro, ella sonreía de un modo que se desconocía, Deborah estaba muy marchita, sus piernas oxidadas se movían siguiendo el ritmo de esos tacones fecundados. Llegaron a recepción, el sujeto se percató de un pequeño hombre que apenas y llegaba al mostrador del recepcionista, hubo un roce entre los mirares, pero esquivó la mirada con aquel pequeño sujetito, sin embargo, no se sintió forastero en las sensaciones que habitaba aquel pequeño cuerpecito. Aparcaron fuera del hotel, justo debajo de aquel gran letrero que estilizaba la palabra Horizonte con letras luminosas. 
   —¿Nos volveremos a ver? —preguntó el hombre. 
   —No... No es posible. No busco eso en una persona. 
   —Deborah... Tú me hiciste sentir completo. Quisiera verte otra vez. 
   —No... —dijo ella— No es posible. 
   —Mira... Tan sólo toma mi número y si un día gustas... Puedes llamarme. —refutó el hombre incompleto. 
   —Está bien. —ella recibió el número de teléfono y se despidieron en un posible final definitivo, cada uno caminó hacía distintos rumbos, cada uno con distintos tipos de fragmentos faltantes en su ser, ella desvaneció su mirada y petrificó con un suspiro a Deborah, tenía que regresar, para continuar existiendo mostrando presuntuosamente aquella ficción de ser puramente completa.
Porque el tiempo tiene grietas
porque grietas tiene el alma
porque nada es para siempre
y hasta la belleza cansa,
¡el amor acaba!




Entradas populares