Don Paco Telamonio (ft. Aldo Vicencio)

I
«Bruno Bellmer»

ANDRÉS ES UN NIÑO IDIOTA, pero es buena gente, o sea, lo idiota lo había heredado de su padre al que justamente apodábamos como el Idiota, la situación es que cuando vives en un pueblo pequeño como el de nosotros, pues tiendes a conocer a todas sus gentes, ora sí que las pendejadas que cometes se comentan un año, porque pues en un pueblito así no pasa ni madres, ni las pinches bolas de las películas de vaqueros pasan por acá, yo pues me mudé de Ciudad Ruido, la mera’ verdad es que esa ciudad enloquece a las personas bien gacho, decidí cambiarme un rato a vivir en el campo, con sus gentes ignorantes, pero pos es bonito despertar y ver el amanecer sin tanta contaminación o pensar que las personas van todas apachurradas en el metro, o que estas atorado en el tráfico o soportando simplemente la locura de las demás personas, con la locura interna ya basta.
   En fin, andaba bebiendo con un pobre infeliz llamado Facundo que, pues era el típico briago mión del pueblo, tenía la piel morena y pedorra, un cabello que crecía como chayote y un semi bigote bien chafa, ese día traía puesta una gorrita rosa con el logo de una banda de pop, la Romina Watts ysusquiensabequefregados, una banda creada a base de la mercadotecnia para la gente sin mucha neurona, lo interesante de esa tarde era que Facundo estaba ya bien pendejo, capaz que el güey hasta se dejaba escupir la jeta por otro trago. Y mencionaba al niño Andrés porque pues estaba con nosotros, al chamaco le gustaba el trago, puro Soraya (un mezcal barato) pa’ curarla bien verde, yo ya andaba bien macizo y prendido, pues en el campo corría una motita bien cabulona que de verdad colocaba y ponía anfibio, capaz que volaba con esa mierda.
   El pueblo se llamaba Santa Manuela del Fierro, un pueblito que no entra siquiera en la categoría de mágico, no pasa nada interesante por acá, salvo algunos asesinatos a morritas pechugonas, como es común en estas tierras donde no ha mirado Diosito santo santificado sea su nombre sacramentado sea su hijito. El pueblo lo formábamos únicamente ciento diecisiete personas, contándome; estaba uno que otro nopalero hijo de puta, pero no muy interesantes. Recuerdo cuando llegué al pueblo, todos se quedaron así como pensando que un citadino había llegado para chingárselos, con el tiempo me fueron aceptando y hasta ya me había cogido a unas cuantas inditas bien agradables. Las fiestas en el pueblo se hacían seguido, siempre había algo nuevo que festejar, me gustaba el pueblo porque era como lo que presumía mi abuelito de sus tiempos cuando vivía en el norte, puro macho echando plomazo al cielo, las viejas bajándose los calzones, los pinches escuincles corriendo y lanzando cuetes a todo lo que da, los tragos corriendo, tequila, cervezas, y una pelea en la calle, a las dos horas los contendientes estaban abrazándose como hermanos. Santa Manuela del Fierro era el pueblo perfecto para mí, antes de, era un baboso como todos los capitalinos, perdidos en una marea de fobia a la calma, estar rodeado de zombis tecnológicos, desapegados de la realidad física y amando de rodillas a lo virtual, en verdad que no podía estar en una ciudad monstruosa como esa, así que agarré mis chivas y a cumplir mi destino, en el pueblo solo había un café internet con un mural de una caricatura para niños afuera y la ortografía era pésima para referirse al nombre del lugar, era algo como Civercofe La Uella, pero las maquinas eran lentísimas, prácticamente no existía ninguna red social en el pueblo, las televisiones eran pequeñas y a blanco y negro, comúnmente se podía ver más interferencia que la propia imagen, entonces era mágico, preferíamos escuchar en la radio las aventuras de Montag el Justiciero del Futuro, una radionovela creada a partir de la película que salió en los 80’s, transmitida por una radio de AM, las radionovelas habían perdido impacto y estaban siendo olvidadas, pero no en ese pueblo.
   El niño idiota estaba ya bien pedo, y puedo apostar que medio pacheco por el humo que salía desprendido de mi churro, lo único bueno que tenía Andrés era su madre, una golfilla sabrosona, pero empezaba a envejecer y la mamá gallina trabajaba en una cantina, la segunda cantina del pueblo, cantinas bien pinches feas y mugrosas, pero a las ratas caguameras, pues donde sea, el Idiota pues era un idiota, no podía mantener a su vieja y a la criatura, porque, como su apodo lo indica, era un idiota.
   —Oye... Hip... Hip... Mi Pavo... —dijo Andrés tambaleándose, yo dudaba bastante si más bien era un enanito. Refiriéndose a mí por el sobrenombre— Hip... ¿Aún tienes tu fusca?...
   —Pos... Creo que sí, por ahí debo de tener a la desgraciada, chamaco... ¿Por? —contesté sin saber sus negras intenciones.
   —Presta pa’ la orquesta —comentó Facundo extendiendo su mugre mano al Soraya que tenía Andrés en las manos, bien pinches borrachos, y yo ahí con los más pedotes del mundo.
   —¿Préstamela no? —me contestó Andrés, extendió la mano pa’ que el pedote tomará el Soraya. Pinche escuincle a alguien quería agujerar el desgraciado.
   —Ora... ¿Pos pa’ qué la quieres mijo’? —pregunté más por morbo que por accesible.
   —Tu préstamela Pavo, no seas culero... Hip... Hip...
   —¡Chale! ¡Pinche escuincle! ¡Neta que te pones bien loco cuando bebes! ¿Qué edad tienes?
   —Doce... Eso vale verga... Mira... Hip... Hip... Quiero darle una lección a Don Paco... ¡Pinche viejo!
   —¡Ora! ¡Pérate! —interrumpió Facundo— Dispénselo mi Pavo, ya... Hip... Hip... Anda pedo este chamaco, uste’ mejor saqué más chupe que ya se nos acabó.
   —¡Pendejo! ¡Tienes el Soraya a medio chupar en la mano! ¡Te digo que estás pendejo! —contesté.
   —Oh... Bueno... Ultimadamente vaya uste’ a chingar a su puta madre. —respondió Facundo, no le hicimos caso.
   —¿Pos qué te hizo el Don Paco, si es rete guena gente?
   —El pinche... Hip... Hip... Je, je... Ruco corrió a mi jefa de la cantina, que porque ya está muy ruca, que se vaya a la verga, quiero darle... Hip... Hip... Un plomazo en las meras patas pa’ que baile el culero... Hip... Hip...
   Me pareció razonable el querer del chamaquito, pues hasta el chamaco idiota sabía que su padre era un pendejo, y pues que la mamá era la que ponía los huevos, tenía que ajusticiarse al pinche Don Paquito, por muy chipocludo que fuese. Entonces, al calor del aguardiente, le dije que sí al chamaco pendejo. Nada podía perder, uno cuando anda flama, pues no pierde otra cosa que la sombra, tons’ fuimos tambaleándonos entre la noche y la pesadez y las calles sin pavimentar y con los perros callejeros mirándonos y dándonos consejos no lo hagas cabrón, pero pues eran perros, ni cómo hacerles caso, pos qué mené... Llegamos a mi casa, se me olvido que estaba allí la pinche indita Amparo, la hija de Doña Remedios y Don Gumaro, ¡Chin! Se me había olvidado que le había dicho que la vería esa noche pa’ darle unos pinches mamelucos en el fundillo, entonces les dije a mis amigos los pedotes que me aguardaran, me acerqué queriéndome hacer el sobrio con Amparo, que me vio y se le subió el encabronamiento.
   —¿Ora que trais Pavito? ¡Mire nomás cómo vienezzzzz! ¡Hombre tenía qui sér! —dijo con el tono respectivo que caracteriza a las piezas aborígenes, pero bien bonitas con sus trencitas.
   —Uste’ no se me escamé mami, vengache pa’cá que le voy a dar su perate que me haces cosquillas de las buenas.
   —¡Hágase pa’llá borracho cochino! —dijo bien sentida Amparo, seguro notó que la olvidé y se entristeció, las inditas también tienen corazoncito y también sienten y quien diga lo contrario, que chingué a su madre.
   —Uste’ déjese querer y no se apriete mi niña. Vente. —dije jalándola de la manita y haciéndola pasar a mi casucha bien fea, y desmadrada, el olor de las drogas ya impregnado en sus muros, la indita con los brazos cruzados se sentó en la cama como aynoquieroquerico y que le empecé a dar unos besotes en el cuello para aclarar el pedo y que se relajará, ya que empecé a sobarle sus chichitas negras y ella agarrándose las trencitas y haciendo pequeños gemiditos, así como uuuuh uuuh mmm ay...
   —¡Ay Pavito! ¡Ansina te digo que nos van a oyír tus compadres!
   —Oh... Que eso le valga pura madre a usted, usted déjese querer mamacita, que le voy a meter la lengua hasta por donde no... Flojita y cooperando que vengo medio pisto y capaz que me le guacareo encima si se me mueve de más.
   Y pos las inditas son bien sumisas y a toda madre, que se quedó inerte y nomás empezó la gozadera, mis amigos los borrachines estaban esperando afuera gritoneando y aullando mientras mi indita movía su culito de lado a lado, de poco a poquito, que rico, y en eso que dejé ir mi lengua allí al chiquito, su vagina estaba toda pinche negra y por dentro como rosa culero, de esas pepas que espantan, pero no les haces el feo, ya cuando andaba bien ganona Amparito, me bajé el pantalón y se la dejé ir completita por atrás, nomás escuché como hizo así como sartén, ya empezó el mete-saca, y después los mecos repartidos en las nalguitas.
   Amparo se arremangó las faldas otra vez y se acomodó sus trencitas, yo seguía medio pedo y mareado, aparte pachecón, miré debajo de la cama, unas cucarachas paseándose, pero no me interesaban las desgraciadas, saqué una cajita y estaba allí mi 9mm esperando, le metí balas y Amparito miró y se puso pálida la pobrecita, yo creo pensó que ya me la iba a chingar de una vez por todas.
   —Tranquila Amparo, es pa’ el chamaco que está afuera.
   —¡Ora! ¿Pos qui quiere el niño Andrés con ise arma?
   —Le quiere volar una pata a Don Paco, ¿Nos acompañas? Te echas un trago con nosotros y regresamos y te hago lo de ahorita, pero toda la noche, ¿Cómo ves?
   —Güeno, pus ta’ güeno...
   Salimos de mi casita, estaban allí esperando y pues mi indita medio apenada, pero no la podía culpar, tantos años que pasó Don Gumaro cuidando que la muchacha llegará al altar casta y pura, pues no, Amparito más bien era casta y puta. Facundo estaba ya medio adormilado, Andrés le dio un cachetadon pa’ despertarlo, solo así despertó el pendejo. Caminamos dirigiéndonos a la pinche casa donde vivía Don Paquito.

II
«Aldo Vicencio»

   Que habrá pasado entonces. Supongo que varias cosas eran posibles, ninguna de particular interés para mí, pero finalmente, tuve que decidir. Sé lo que debo saber: El arma se atascó, entonces, ese mugroso muchacho, Andrés, se acobardó, y pensó que Don Paquito le metería la golpiza de su vida. Sin embargo, el olor a alcohol y mota solo lo dilató, y la india esa, le abrió el apetito. Simulando perdonarlo, Paco invitó a aquella comparsa a seguir la borrachera en su casa. Una vez vueltos unos verdaderos costales inertes por tanta cerveza y marihuana, el hombre intentó abrirle las piernas, a la fuerza, a la tal Amparo. Ella rumiaba corajuda; le golpeaba fuerte con las manos cerradas y veía aterrada su pene exaltado, violáceo, más que rosa, y venoso.
   Todo parecía decidido, si… Pero soy absurdo, tanto como me permite serlo el pequeño sentido común de las cosas. La suerte quiso que el arma se desatascara, se disparara, y que aquél tiro le diera en la nuca al tipo. Parecía un Áyax Telamonio, recién muerto a mano propia, con la verga henchida, inclinado de cabeza contra el piso; la diferencia era que había muerto por la razón más absurda, e inesperada de todas. La miserable Amparo agradeció a los cielos aquella centella de fortuna. Una vez despiertos el tal Pavo, Facundo y Andrés, fueron puestos al tanto por la indita. Ella dio santo y seña de lo sucedido, y ellos no podían creerlo. Su media cabeza apenas les daba para notar la muerte. Al contrario, parece que un frenesí estúpido los conquistó: Facundo empezó a masturbarse sobre el muerto celebrando su falta de cojones; Andrés volvió a tomar tras vomitar por tanto alcohol en sus tripas, y en un rincón de aquella casa pueblerina, nuevamente el citadino montaba a Amparo, embarrándole la carne de su sexo en las nalgas.
   Supongo que así son las cosas, supongo. Da igual, yo miro, y sonrío malévolo. No es importante develar mi yo, simplemente, soy alguien que se desliza en todas las bocas cuando dicen— Verga, esté cabrón está jodido. —. Miro adelante, y veo a Don Paquito pudriéndose, en el llano. Nada pasa. No hay consecuencias, todo sigue su hilarante ciclicidad. No hay nada. Más que la vuelta, el retorno. La lengua que me expidió, creo, fue la de Pavo. Mi origen, mi cuna. Que él me coja también, y me reintegre a su podrida boca. YA.


El niño Andrés
Ilustración digital
N.I.T.B. Hóuwáng, 2019


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